lunes, 14 de diciembre de 2015

Ardanza 1978

29 Noviembre 2015.






Catamos en esta ocasión un vino solo, pues merece toda la atención. Con todo el respeto a sus mayores, el 904 y el 890, a la luz de esta experiencia el Viña Ardanza de La Rioja Alta es también un vino que sabe envejecer con dignidad y elegancia. Quizá no encontramos en él la altura de los paladines de la bodega, pero ya nos gustaría encontrar más vinos de 37 años en este estado de forma.

La botella fue provista por Vino Vintage Santander, en perfecta conservación, tanto por fuera, como puede verse en las fotografías, como por dentro, por unos 70 EUR, una semana antes de la cata. Como puede verse, el corcho estaba frágil, pero no era difícil de sacar, y la parte del lado del vino estaba íntegra, había hecho su trabajo a la perfección.

Presentar la bodega o el vino no tiene interés, lo importante en este caso es analizar la evolución del personaje.

1. Viña Ardanza 1978.

Coupage de Tempranillo y Garnacha. Interesa conocer que este vino procede de cepas distintas del Viña Ardanza actual.

Su aspecto era hermoso, de capa media, cobre muy brillante con irisaciones de rubí y matices de creta, buena lágrima, limpio... ningún síntoma de cansancio. Verlo brotando de la botella a la copa abría los ojos de los asistentes como platos.

Después de dos horas de apertura, a la nariz venía muy aromático, no solo a copa parada, sino a copa alejada. Resultaba profundo y complejo, con la huella de la bodega muy marcada, atractivo y poderoso, maduro, pero muy vivo, con matices muy variados: tostados, cáscara de frutos secos, almizcle, orejones... Todo muy bien fundido y de enorme elegancia. Después de 12 horas de apertura pierde algo de intensidad, pero sus notas armonizan con mayor redondez los matices, sin predominar claramente ninguno, aunque aparece de lejos y sin hacer ruido el cuero y la zapatería. La copa vacía olía muy bien al día siguiente, como un frasco acabado de perfume.

A la boca era delicado, finísimo, de ataque ligero, limpio, con poco volumen, de marcada acidez y de postgusto largo. Redondo como una esfera de cristal.

Sin duda es un vino del que no puede esperarse más evolución, o al menos ninguna mejoría, y que tal vez haya demostrado mayor contundencia cuando tenía 20 o 30 años, pero que puede levantar la barbilla y mirar por encima del hombro a casi cualquiera de su edad. Merce la pena rescatarlo del olvido, sobre todo cuando sus hermanos mayores se llevan todos los elogios, para apreciar el buen trabajo de la bodega, no solo en sus vinos más exclusivos. Un romántico capricho.